jueves, 24 de marzo de 2016

Pasión

En un mundo y en una sociedad en la que la gente va a la suya, no sienten o sentimos, los problemas de los demás, muchas personas se unen para conseguir un mismo fin: emocionarnos, hacernos reflexionar e incluso hacernos llorar. Percibimos nuestras propias cruces, nuestra propia vida.
Semana de pasión. Sobriedad. Sacrificio y reflexión.
Miles y miles de personas salimos a las calles para escuchar el estallido del sonido incesante de tambores y timbales, carracas y matracas, bombos y trompetas que suenan sin darse tregua. Atrás quedan horas y horas de intensa dedicación, robando horas al sueño y con una sola meta: procesionar, tocar. El cielo rompe en un clamoroso estruendo.
Hileras multicolores de nazarenos desfilan con sus cofradías brindándonos sus colores de pasión. Blancos y granates, blancos y azules, moradas, negros, blancos y verdes, haciéndonos participes de la exaltación de su amor y desafiando la mayoría de las veces al frío, la lluvia, el viento.
Silencio. Pies ensangrentados, manos rotas por el dolor y sin embargo, alegría, satisfacción... Cargamos con el dolor y la esperanza, con el llanto, con la fe y la devoción. Comienza una de las semanas más celebradas del año y más llena de contradicciones. A la fe y a la devoción se unen el espectáculo y la tradición. Tallas de madera y pasos de cartón, costaleros desfilan en Semana Santa.
Tiempo gris, tiempo triste. Tiempo de renovación y esperanza.

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